C2.2. Preceptos sociales de la caridad

C2. Moral especial-γ. 2. Preceptos sociales de caridad.

La caridad social es la caridad en cuanto que nos inclina a amar por Dios a la sociedad humana de la que formamos parte. Consiste en cierto amor de benevolencia, desinteresado, hacia la sociedad.

Siendo una virtud más elevada que la de la justicia, la caridad tiene un radio de acción mayor y alcanza más lejos que ésta (más lejos de aquello estrictamente debido), sin otros límites que los que imponen las propias posibilidades y la prudencia sobrenatural. El acto de caridad social obliga grave o levemente, según el caso, dependiendo de la clase de necesidad en que se encuentre la sociedad y de los medios a nuestro alcance para remediarla. Del mismo modo que la caridad individual, tiene un doble orden de necesidades:

a) De orden espiritual

  • Si la sociedad que nos rodea se encuentra en extrema necesidad espiritual, la caridad social obliga a socorrerla aún con peligro de la propia vida.
  • Cuando la necesidad no es extrema pero sí llega a ser grave, ocurre igualmente.
  • Cuando se trata de una necesidad simple y ordinaria de toda la comunidad, que los mismos particulares pueden evitar por sí mismos, el simple particular no tiene obligación de socorrer con peligro de su vida, pero los pastores de almas tienen obligación de ayudarles en lo posible.

b) De orden corporal

  • Cuando la sociedad se encuentra en una necesidad material extrema (por ejemplo, no puede conservar su independencia o una parte de su territorio), se impone a los ciudadanos la obligación grave de dar incluso la vida por el bien común de toda la sociedad.
  • Cuando la sociedad se encuentra amenazada por una necesidad material grave (por ejemplo, peligro de perder riquezas o medios de producción considerables) se exige al particular el sacrificio de sus intereses materiales, incluso los convenientes a su estado social, si con ello puede contribuir eficazmente a evitar ese dato grave a la sociedad.
  • Cuando se trata de una necesidad material ordinaria de la sociedad, el no capaz -por ejemplo, el pobre- no tiene obligación social porque en realidad es él quien la padece, es el capaz -por ejemplo, el rico- el obligado gravemente al ejercicio espléndido de la limosna.

La medida de todas estas circunstancias debe venir ponderada con la virtud de la prudencia. Además, no hay que perder de vista el orden de la caridad entre nosotros y el prójimo, que sigue aplicándose en el orden social. Así, jamás el individuo puede ocasionarse un daño espiritual, por pequeño que sea, para asegurar a la sociedad un bien -material o espiritual- de cualquier magnitud. La razón es doble: i) porque no es lícito jamás hacer un mal para que sobrevenga un bien, y ii) porque nuestro propio bien espiritual está por encima del bien espiritual o material del prójimo, ya que el recto orden de la caridad empieza por uno mismo. Es lícito, en cambio, el sacrificio de un bien espiritual nuestro -no obligado- por el bien espiritual de la comunidad y aún de un individuo particular.

La influencia beneficiosa de los dones del Espíritu Santo en las virtudes sociales son:

  • El don de la sabiduría, nos hará juzgar rectamente sobre el fin de la sociedad en los designios de Dios, y nos empujará a amarla y servirla.
  • El don del entendimiento, nos dará una visión penetradora de las verdades reveladas sobre la sociedad.
  • El don de la ciencia, nos hará juzgar rectamente sobre las cosas creadas y comprender con prontitud y certeza el origen divino de la sociedad, la manera de conducirnos con ella para ayudarla a glorificar a Dios, el modo de practicar el justo medio de las virtudes sociales, sin pecar ni por exceso ni por defecto.
  • El don del consejo, que perfecciona la prudencia gubernativa que debería brillar en todos los gobernantes.
  • El don de piedad, que proporciona un sentimiento íntimo de nuestra filiación divina adoptiva y de la fraternidad universal con todos los hombres.
  • El don de fortaleza, que proporciona valentía y arrojo en la defensa de la comunidad o de la patria, y da a la voluntad energía y coraje para sufrir grandes trabajos en beneficio de los demás.
  • El don de temor, aleja a la voluntad de todo pecado social en cuanto que le desagrada a Dios y nos hace esperar confiadamente en la omnipotencia de su auxilio divino.

Notas: a) Imagen del encabezamiento: EugèneGirardet_Mending (1896) (Fuente: https://artvee.com/). b) Texto elaborado a partir de extractos resumidos de: ROYO MARIN, Antonio. Teología moral para seglares (1964).

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